Marieta quiere dejar de una vez de llamarse Adolfo, que desaparezca ese nombre de su deneí. Llamarse como su padre y tener los mismos veinte centímetros entre las piernas, le produce repelús. Marieta quiere llamarse Marieta y ser una mujer respetada y con todas las de la ley. Sufre de narcolepsia, la enfermedad del sueño, y siempre se queda dormida en el momento menos oportuno. Pero en sus ataques de sueño, que dan origen a los números musicales, Marieta canta maravillosamente y habla idiomas. Hoy Marieta se ha despertado tirada en un descampado, a cuarenta kilómetros de Madrid.
Marieta vive con Tomás, un enano que siempre anda metido en líos. En el patio interior de la casa, asomados a las ventanas se dan cita los vecinos: Berta, su vecina de arriba que trabaja en un sex shop y a la que Marieta cuida de su hijo, Paulito; Don Emiliano, rollo fraile octogenario o Pili, la Pelos, una prostituta con cara de niña y con más años que la vieja peluca que usa para trabajar. También son vecinas las hermanas Marianas, dos colombianas deformadas por las hormonas y la silicona y que al colgar su ropa dejan sin sol a las vecinas de abajo. Pero la peor de todas es la Candelaria, propietaria del edificio, llena de mala uva y la casa llena de gatos.
Marieta hace la compra en el mercado en el puesto de verduras de las hermanas Rebeca's. Allí conoce al Reponedor y a su culo de melocotón, con quien vive un apasionado romance gracias a los 20 Centímetros que Marieta cree que a ella le sobran. Sueña con la vida que podría tener junto a él, sueña con un vestido de novia precioso, con su hogar, su luna de miel, su primer hijo, su primera infidelidad, sus crisis y sus reconciliaciones y hasta en la vejez.
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